La carta que Virginia Laparra compartió con la ciudadanía guatemalteca inmediatamente después de ser puesta en libertad condicional es un testimonio de dignidad y esperanza. Como lo reportó el diario La Hora, el Tribunal Octavo de Sentencia Penal otorgó libertad a Virginia Laparra, exjefa de la FECI en Quetzaltenango, luego de permanecer 680 días privada de libertad. La exfiscal anticorrupción mantendrá arresto domiciliario y deberá presentarse al MP cada 15 días de esa localidad al tiemp que tiene la prohibición de salir del país. Inmediatamente después de salir de prisión, Laparra declaró: “Nunca debí ser encarcelada, no es delito denunciar”.
La carta de Laparra ofrece una perspectiva íntima y desgarradora de la experiencia de una persona sometida a la infamia, la injusticia y la guerra jurídica de la corrupción en el contexto político de Guatemala desde 2015. Nos gustaría ofrecer algunos comentarios que pueden arrojar luz sobre el signficado de la experiencia y las palabras de resistencia y dignidad que Laparra ha compartido con todos/as nosotros/as.
En primer lugar, podríamos interpretar la carta de Laparra como una manifestación de la lucha entre el principio de la dignidad y el principio de la corrupción y la impunidad. Laparra, criminalizada y enfrentada a un sistema corrupto, representa el principio de la dignidad en un contexto político en el que la lucha por la justicia, contra la corrupción y por la dignidad han sido reprimidos por estructuras de poder infames, impunes y represivas. La pérdida de su libertad, la separación de su familia y las dificultades físicas y emocionales que enfrentó durante 680 días en la cárcel de Matamoros, reflejan una confrontación directa con las restricciones impuestas por venganza e infamia por un régimen corrupto en manos de Consuelo Porras y sus sicarios jurídicos. Por todo esto es que también podemos ver reflejado y expresado en el texto un proceso de duelo y melancolía, donde la autora lamenta las pérdidas sufridas por Guatemala y por ella misma, pero también la lucha y espernaza por reconciliar su identidad y su sentido de pertenencia y dignidad con las luchas por la justicia y la democracia.
Podemos profundizar en el simbolismo del lenguaje y la identidad expresadas en la carta de Laparra. La narrativa de la autora puede verse como un intento de reconstruir su “Yo” - después de un intento de asesinato civil y simbólico impuesto por el régimen de la restauración total - a través del lenguaje y el discurso, en un esfuerzo por reafirmar su identidad, los lazos de solidaridad y todavía esperanza en la legalidad frente a un sistema que busca despersonalizarla, desciudadanizarla y despojarla no solo de su agencia, sino también de su voz y su vida. La referencia a su “mirada hacia arriba” y la luz de las estrellas podría interpretarse como una búsqueda de un “Otro” simbólico, un espacio de esperanza y solidaridad fuera del opresivo orden ideológico establecido por el régimen corrupto. Y esto lo concretiza Laparra poniendo sus ojos en el futuro cercano de una Nueva Primavera.
Visto en términos de la ideología y la falsa conciencia que impulsa el régimen de la corrupción total, sus acusaciones y casos espurios contra operadores/as de justicia honestos/as y dignos/as como Laparra, un régimen donde la realidad se vuelve un palacio de espejos y donde las “verdades alternativas” y los “hechos alternativos” cobran legitimidad, Laparra nos ofrece una visión lacerante. Podemos ver la carta de Laparra como un cuchillo que corta y desvela la podrida realidad que se oculta detrás del telón ideológico de legalidad que mantiene vigente al régimen de corrupción. Las palabras de Laparra ponen de manifiesto cómo los regímenes políticos corruptos utilizan el poder para enmascarar y perpetuar sus estructuras de control, al tiempo que presentan una fantasía agresiva de legitimidad y normalidad contra la supuesta amenaza que representan los/as “enemigos” de la obediencia debida y la soberanía nacional. La resistencia de Laparra y su negativa a capitular ante el sistema corrupto debe ser vista, entonces, como un acto de desafío contra el proyecto ahorita dominante de la restauración total de ilegalidad e impunidad. Las palabras de Laparra revelan, de forma filuda, las fisuras y contradicciones inherentes al proyecto corrupto e impune que han impuesto en Guatemala desde 2016 y que ahora se encuentra, por lo menos parcialmente, en la hora de su crepúsculo.
La carta de Laparra debe ser interpretada como una micronarrativa, un testimonio, de la lucha más amplia contra la corrupción y la impunidad en Guatemala.