Si algo demuestra la Gran Recesión de 2007-2008 es que el proyecto de la globalización neoliberal ha fracasado rotundamente. La promesa de libertad, oportunidades y crecimiento para economías y sociedades subdesarrolladas y dependientes, pero deseosas y capaces de abrirse y vincularse al mercando mundial sin barreras y sin controles, como lo demandan la Organización Mundial del Comercio (OMC), las organizaciones financieras internacionales y los tratados de libre comercio, ha resultado en un crecimiento dramático de la desigualdad, la exclusión y el extractivismo. La concentración de la riqueza en pocas manos y la feroz avaricia del capital financiero quedaron expuestos en la crisis financiera global. En palabras de Franz Hinkelammert (2001), «el nihilismo» del capital ha quedado al desnudo.
El precedente de los procesos de refundación estatal en Latinoamérica consiste en la aplicación sistemática de la doctrina neoliberal en las décadas de 1980 y 1990. El proyecto neoliberal buscó extinguir toda forma de agencia y acción colectiva protagónica, así como todo intento de planificar la economía y controlar la globalización. La tarea era convertir toda forma de subjetivación o acción social en cuestión de opción personal, libertad individual y derecho de escoger y desarrollar, en términos de Hayek, los propios «dotes e inclinaciones individuales» (citado en Contreras Natera 2015:39). Esto significa construir un nuevo sentido común legitimador que Wendy Brown ha llamado «la reconstrucción neoliberal del Estado y del sujeto» (Brown 2017).
El proceso hegemónico neoliberal consiste en instalar en la subjetividad misma, de modo biopolítico, el sometimiento libre y voluntario a la dominación capitalista y de ese modo ocultarlo detrás del simulacro de libertad que ofrece el modelo mercantil de la acción humana. Desde esta óptica, por tanto, toda forma de intervención o planificación económica, regulación política en función del bien común o limitación de los derechos de la propiedad privada debe ser designada como «socialismo» y «utopismo», cuyos resultados solo pueden ser el caos, la destrucción y el totalitarismo.
El fetichismo generalizado del neoliberalismo quedó finalmente expuesto como un becerro vacío, nihilista, por la Gran Recesión (Brown 2021). El imperio del capital financiero especulador, principal fuerza detrás de la peor crisis económica y social desde la Gran Depresión, se quedó al desnudo. La Gran Recesión dio lugar al resurgimiento de movimientos indígenas, los nuevos movimientos rizomáticos y las grandes protestas contrahegemónicas y rupturistas a nivel global que se iniciaron con la Primavera Árabe (Castells 2012). Pero las ruinas y secuelas de la globalización neoliberal también han desatado la furia de restauraciones conservadoras y neopopulistas, así como el alzamiento de amplios grupos excluidos por la globalización neoliberal que se han constituido en las bases del nacionalpopulismo y están dando lugar al surgimiento del fascismo subalterno propio del siglo XXI (Brown y Gago 2020; Khachaturian 2022).*
* Este texto es la introducción de mi pieza incluida como capítulo 10 del libro Reforma del Estado y pueblos originarios en Guatemala. A propósito de la obra de Demetrio Cojtí, una publicación coordinada por Miguel Lisbona Guillén y Jorge Ramón González Ponciano, San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur y Universidad Nacional Autónoma de México, 2024. El libro está disponible aquí: https://www.cimsur.unam.mx/index.php/publicacion/obra/189