Gramsci sobre la audacia de Lenin y las tareas de la revolución*
A 100 años de la muerte de Lenin, sus "Tesis de abril" siguen vigentes
Gramsci conocía muy de cerca las cuestiones fundamentales de la economía política marxista y, sobre la base de ese conocimiento, también nos invitó a repensar la naturaleza no solo de nuestro análisis del Estado capitalista contemporáneo sino también del modo de acción, el acto político, que resulta cuando dejamos atrás un modelo de economía política determinista y productivista, un modelo del sujeto productivo del trabajo que surge de la base de esa economía y que impone la tarea de desarrollar la conciencia de su alienación y su liberación como algo que consiste en recuperar la esencia –la sustancia social– perdida al recuperar y socializar (o nacionalizar) los medios de producción y los productos –sobre todo industriales– de dichos medios.
Si dejamos de pensar el socialismo como una propuesta política ”naturalmente” asociada al paradigma social productivo equivalente al desarrollo industrial y a la expansión del consumo, y si también dejamos de ver todo esto como una preparación para una mucha más futura transición a la plenitud del comunismo, entonces estaremos en posición de entender lo que Gramsci llama una “Revolución contra El Capital”. Esto nos permite ver que la construcción de una sociedad alternativa, ecosocialista o ecocomunista, no es tarea “natural” de un proletariado productivista educado por un partido del trabajo vanguardista. Es, en realidad, una tarea política, práctica, que requiere como mínimo un cambio de perspectiva y un compromiso ético con la posibilidad de otro mundo.
Gramsci hizo su propio llamado a llevar a cabo esta revolución, tanto teórica como práctica, después que Lenin escribió sus famosas Tesis de abril o “Las tareas del proletariado en la presente revolución” en 1917. Lo escandaloso de las Tesis de abril para los puristas revolucionarios, tanto de ese tiempo como del nuestro, más aún para los viejos socialdemócratas o los izquierdistas, fue el hecho de proponer que, después de la Revolución de febrero, e independientemente de las condiciones objetivas económicas, ya había llegado la hora de construir el poder constituyente o “soviético” proletario y, de hecho, “poner el poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado”. Con toda la fuerza de su convicción en ese momento, Lenin argumentó que ya había llegado la hora de:
Romper con “la confianza inconsciente de [las masas] en el gobierno de los capitalistas”, es decir, desactivar el proceso hegemónico y romper con el consenso ideológico dominante.
Demostrar “habilidad para adaptarnos a las condiciones especiales de la labor del partido entre masas inusitadamente amplias del proletariado que acaban de despertar a la vida política” y, por ello, ya era el momento de no darle más apoyo al “Gobierno Provisional” -por ser, en realidad, un gobierno de restauración y de explicarle a todo mundo “la completa falsedad de todas sus promesas”.
Tener claro que, aunque “en la mayor parte de los Soviets de diputados obreros, nuestro partido está en minoría y, por el momento, en una minoría reducida, frente al bloque de todos los elementos pequeñoburgueses y oportunistas”, era la hora de “explicar a las masas que los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y que, por ello, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente”.
En minoría o no, no era momento de esperar el desarrollo automático o natural de las condiciones objetivas o el auto-colapso del Estado burgués para una revolución social y política, sino que ya era hora de propugnar también “la necesidad de que todo el poder del Estado pase a los Soviets de diputados obreros” sin excusa o demora alguna porque el objetivo político que demandaba la coyuntura no era “una república parlamentaria sino una república de los Soviets de diputados obreros, braceros y campesinos en todo el país, de abajo a arriba” o, recuperando la consigna de la Comuna de París y anticipando a Chávez por un siglo, lo que Lenin también llamó “nuestra reivindicación de un ‘Estado-Comuna’”.
Éste, pues, es Lenin en su momento más audaz, político y rupturista y solo un cambio de perspectiva de esta magnitud cualitativa, solo la adopción de un marco teórico diferente, es capaz de presentar las condiciones como ya dadas para una revolución y revelar que el problema que impide la revolución es, de hecho, su propia solución (Žižek, 2015, pp. 13867–13868).
No olvidemos que las Tesis de Abril fueron rechazadas, sobre todo por los socialdemócratas, pero también por muchos izquierdistas bolcheviques, por ser subjetivistas, escandalosas y porque supuestamente no ayudaban a nadie en ese momento de urgencia y no contribuían a lo que la coyuntura política y las condiciones económicas parecían demandar en la primavera de 1917 en Rusia. Como lo ha puesto Žižek:
Por esto mismo, en sus escritos de 1917 Lenin se reserva su ironía más acerada para aquellos que se dedican a una inacabable búsqueda en pos de algún tipo de “garantía para la revolución”. (Zizek, 2015, pp. 3045-3046)
Siguiendo muy de cerca los pasos de Lenin en su momento más revolucionario, en su intervención en la conferencia de Como, Gramsci también propuso una fórmula casi idéntica a la de Lenin. En la Conferencia de Como de 1924, Gramsci entró en debate con las tendencias derechistas e izquierdistas del Partido Socialista italiano, sin que ello significara asumir una posición centrista o subjetivista, como ha sido frecuentemente interpretado incluso por importantes intérpretes de Gramsci como Rjurik Davidson. Aquí, sin embargo, transcribo los sucesos importantes de la intervención de Gramsci en la Conferencia de Como como los resume Davidson:
Con su voz tranquila y aflautada, Gramsci evaluó con calma el estado del partido y describió el desarrollo del Centro del que era líder. El grupo Ordine Nuovo siempre se había aliado con la izquierda del partido contra la derecha, a quien Gramsci consideraba “liquidacionista”. Pero la situación en Italia ha cambiado en los últimos años, explicó:
En 1919 y 1920, toda la población trabajadora –desde los trabajadores administrativos del Norte y desde la capital hasta los campesinos del Sur– seguía, aunque inconscientemente, el movimiento general del proletariado industrial. Hoy la situación ha cambiado y sólo mediante un largo y lento proceso de reorganización política el proletariado podrá volver a ser el factor dominante de la situación. Consideramos que este trabajo no se puede llevar a cabo, si continuamos siguiendo la orientación que el camarada Bordiga quisiera que siguiera el partido... [E]s innegable que nuestro movimiento carece del apoyo de la mayoría del proletariado.
En este punto, Bordiga gritó: “¡Lo tendríamos si no hubiéramos cambiado nuestra táctica hacia el Partido Socialista! En cualquier caso, no tenemos prisa”.
Gramsci respondió: “Bueno, tenemos prisa. Hay situaciones en las que “no tener prisa” lleva a la derrota”. [negritas agregadas]
Para Bordiga, lo esencial era la clara separación del partido comunista de todas las fuerzas en competencia. El movimiento revolucionario inevitablemente llevaría a la clase trabajadora a la acción, momento en el que el partido estaría preparado. La posición de Bordiga al respecto siempre había sido consistente.
A los ojos de Gramsci, se trataba de un enfoque apocalíptico con raíces teóricas en un marxismo mecánico, una especie de inversión de la perspectiva teórica de la Segunda Internacional, en la que el socialismo era inevitable. Pero Gramsci creía que nada sucedería automáticamente. “La predestinación no existe para los individuos, y menos aún para los partidos”, escribió durante este período. Durante los “años rojos”, el Partido Socialista había adoptado un “revolucionismo” puramente verbal pero no llevó a cabo cualquier acción, y por lo tanto fue el principal responsable de la derrota de las ocupaciones de fábricas en 1919 y 1920. ¿Qué diferencia, preguntó Gramsci en otro artículo, “habría entre nosotros y el Partido Socialista si nosotros también… nos abandonáramos al fatalismo? Si abrigamos la dulce ilusión de que los acontecimientos no pueden dejar de desarrollarse según una línea fija de desarrollo (la que hemos previsto), en la que inevitablemente encontrarán el sistema de diques y canales que les hemos preparado, serán encauzados por este sistema y tomar forma histórica y poder en él?”
Para Gramsci, la gente siempre había hecho su propia historia, y las Tesis de Marx sobre Feuerbach, que enfatizaban el lado activo del marxismo, siguieron siendo piedras de toque para él. Gramsci surgió así de una tradición diferente a la de la Segunda Internacional, ligada como estaba al positivismo y al evolucionismo. De hecho, sus horizontes intelectuales no los formaron Kautsky o Plejánov, sino más bien los gigantes del hegelianismo italiano, Croce y Gentile, el filósofo original de la “praxis” Antonio Labriola y el anarquista francés Georges Sorel. Al igual que su hermano filosófico, Georg Lukács, Gramsci adoptó una crítica de la ciencia burguesa y de un humanismo fundamentalmente opuesto al cientificismo de la Segunda Internacional. “La voluntad tenaz del hombre ha reemplazado a la ley natural, el orden predeterminado de las cosas de los pseudocientíficos”, escribió en su temprana fase croceana. Las consecuencias teóricas de este linaje filosófico son claras. En Gramsci, rara vez leemos sobre las leyes de la historia que podríamos encontrar en la obra de León Trotsky, por ejemplo (de hecho, fue por los elementos “mecánicos” de su marxismo que Gramsci criticaría más tarde al líder ruso).
Davidson, sin embargo, se equivoca al decir que el peligro que implica la posición juvenil de Gramsci en la Conferencia de Como es el “subjetivismo” como esto también quedó supuestamente expresado en su ensayo “La revolución contra El Capital”. Equívoco porque esta posición particular de Gramsci, lejos de ser un delirio juvenil provocado por una coyuntura histórica urgente, solo va a consolidarse después de 1924, más particularmente después de su encarcelamiento en 1926 y en el lento, pero maduro transcurso de redacción de sus Cuadernos de la cárcel. Gramsci no está advocando ningún “subjetivismo”. Gramsci está reflexionando del mismo modo histórico y dialéctico que Lenin puso en práctica en sus Tesis de abril, es decir, una comprensión crítica y radicalmente histórica de la acción política y un rechazo, un desmantelamiento de las ontologías de la revolución, incluyendo las ontologías marxistas. Por ello es que “las consecuencias teóricas de este linaje filosófico son claras” y “rara vez leemos [en Gramsci] sobre las leyes de la historia”. No hay tal cosa!
La contribución de Gramsci a todo el debate contra El Capital, así como en contra de varias formas de marxismo ortodoxo y mecánico, consiste en desarrollar la idea que existe una “reciprocidad entre estructura y superestructura” en donde, como procesos históricos, una rebota sobre la otra y en donde ambas crean sus mutuas condiciones de existencia, reproducción, legitimación y negación. Esto es lo que Gramsci llama “el verdadero proceso dialéctico” en la historia y eso es lo que Gramsci y Lenin tienen aquí en común.
Seguir hoy el giro crítico y práctico de Lenin en sus Tesis de abril y Gramsci en su intervención en la conferencia de Como requiere cambiar nuestros marcos de referencia, nuestra práctica política y preguntarnos por las tareas de los movimientos sociales organizados y los colectivos rizomáticos en el proceso de ensamblar una articulación democrática y rupturista necesaria para la Refundación.
Notas
* Este texto reproduce, en forma editada y expandida, comentarios que aparecieron en mi ensayo “Hegemonía, ruptura y refundación”.
Referencias
Fonseca, M. “Hegemonía, ruptura y refundación”. El Observador, 12–13(57–58), 8–120.
Žižek, S. (2015). Menos que nada: Hegel y la sombra del materialismo dialéctico (Edición de Kindle). Madrid: Ediciones AKAL.