Necesitamos un análisis ampliado de las luchas sociales. En este análisis la contradicción de clases es solamente un eslabon dialéctico dentro de una cadena de conflictos o contradicciones mucho más amplia y, en palabras de Zavaleta, "abigarrada". Se trata, siguiendo el pensamiento de Gramsci, de un análisis de la acción política que presupone que la misma siempre se manifiesta en el terreno concreto de las luchas pero de modo impuro. Entre más avanzamos en nuestro examen de las luchas sociales con esta forma impura de entendimiento dialéctico, menos nos acercamos a las categorías de la organización y lucha social de modo ideal (o trascendental) y más nos metemos en el remolino incalculable, aleatorio, incluso cuántico de la historia y acción social y política. En esto debemos ser intransigentes. Y el caso del surgimiento, formación y militancia, así como "sorpresiva" elección de Gabriel Boric como el nuevo presidente de Chile nos ofrece un caso perfecto para un análisis intransigente y dialécticamente imperfecto.
El primer punto que queremos proponer aquí es que Gabriel Boric es solo un momento en el mucho más amplio, profundo y contradictorio proceso refundacional que ahora está siendo desplegado, gracias a las fuerzas combinadas, aunque desiguales, que surgieron y se constituyeron como producto del Estallido Social de 2019. Y este Estallido Social es, a su vez, un Acontecimiento que, aunque se prefiguró como - en palabras de Franck Gaudichaud - "resistencias sociales emergentes", de ninguna manera fue visualizado por nadie, antes de 2019, como preludio y acto primero de un proceso refundador. El hecho de que Boric y su presidencia van a ocupar solo un momento dentro de este proceso más amplio y contradictorio marca no solo su carácter único en la historia reciente de elecciones presidenciales en toda Latinoamérica, sino que también le otorga un papel especial en facilitar la tendencias refundadoras y resistir, si es que no derrotar, las tendencias restauradoras y pinochetistas incluso después de la derrota electoralmente decisiva de ese proyecto encarnado en Kast.
El proceso refundacional y el Momento Boric parecen representar dos tendencias contradictorias. De acuerdo a Ernesto Águila:
"En las nueve votaciones para la presidencia quedó en evidencia, una vez más, que la coalición de gobierno Apruebo Dignidad –formada por el Frente Amplio y el Partido Comunista– no existe dentro de la Convención. Ahí cada uno corre por su carril, y ha sido así prácticamente desde el inicio. Está por ver cómo estas dinámicas afectarán al futuro gobierno de Gabriel Boric. "La coalición que apoya al Gobierno de Boric no logró actuar unida en esta elección y, en general, en lo que va de la Convención, lo cual genera preocupación en el futuro gobierno, bastante demandado de dar señales de gobernabilidad", dice Águila. Sin embargo, destaca que tanto en el próximo gobierno como en la nueva Mesa constitucional "se observan sensibilidades comunes y, sobre todo, la irrupción de una nueva generación política que deja atrás la de la transición". Para Baeza, "la realidad de la Convención no necesariamente se trasladará a la del nuevo Gobierno", por lo que considera que "no habrá un gran ruido frente al tema"."
Por otro lado, en un comentario escrito para Le Monde Diplomatique, edición chilena, Álvaro Ramis destaca la articulación implícita entre el proceso refundacional y la elección de Boric. Él escribe:
"El presidente Boric ha sido claro al afirmar que su responsabilidad ante la Convención es generar todas las condiciones institucionales para facilitar sus deliberaciones: “Más allá de cualquier diferencia política, es importante que el Estado de Chile se ponga a disposición de la Convención respetando su autonomía” señaló al visitar a la Convención Constitucional el martes 21 de diciembre. Esta clara delimitación de funciones augura una agenda de colaboración dinámica, productiva, pero a la vez claramente diferenciada en roles y funciones. La Convención cuenta con una ratificación de su importancia política de la mayor significación, ya que la elección misma de Gabriel Boric ha supuesto la reafirmación de su importancia y un aval a su misión."
Ahora bien, un/a análista purista de clase que pretenda comparar la elección y presidencia de Boric con la de Allende no es, pues, solo ahistórico/a, sino que también ridículamente dogmático/a y ciego/a con respecto de las dinámicas profundas que ahora están en juego en la costa pacífica del Cono Sur. Ya no podemos retroceder del desafío conceptual y político que representan los movimientos rizomáticos (independientes, autónomos, horizontales y democráticos) que en gran medida llevaron a Boric al poder (y desde los cuales surgió Boric mismo como "sujeto" político en Chile) a una posición conceptual y política esencialista de clase, etnia o género que resulte ser purinata, dogmática e inquisidora y a partir de la cual vamos a medir si Boric satisface los presupuestos simplistas de una análisis que sigue dividiendo la política entre tipos ideales de izquierda, centro y derecha, lo nativo y lo europeo o lo femenino y masculino. Así como Gramsci propone un concepto ampliado del Estado (algo que Poulantzas ha desarrollado en base a Gramsci), hoy también debemos proponer un concepto ampliado de clase y etnia/nación, los conflictos y luchas sociales y los proyectos que hoy se palntean para enfrentar los desafíos del presente. Eso es lo que hacemos cuando hablamos de subalternidad, plurinacionalidad o interseccionalidad.
El segundo punto que queremos considerar es, precisamente, la naturaleza de los movimientos rizomáticos, concretamente a partir 2011, en contraposición a los "nuevos movimientos sociales" que surgieron en la década de los 80s y 90s y que acompañaron la transición chilena, ya no digamos a los viejos movimientos populares que dominaron la política y dinámica social de los movimientos subalternos desde la Revolución Mexicana hasta la Unidad Popular y luego la Revolución Sandinista y todo lo que hay de por medio. La revista #4 de Jacobin América Latina, titulado ¿Adiós al proletariado?, sigue planteando una pregunta intrigante. Pero el punto no es despedirse del proletariado, sino de los esencialismos ahistóricos de clase, género, étnia, identidad o nación. Esa es una de las grandes lecciones que nos dejó la revolución teórica de los 1960s desde Europa hasta Latinoamérica, aunque los resultados no hayan sido asumnidos en la región, con todas sus imlicaciones y consecuencias, hasta recientemente.
El tercer punto a considerar, como preludio a mis comentarios sobre Boric mismo, es el de la prioridad de la cadena dialéctica de contradicciones abigarradas y dinámicas que nos ayudan a explicar las luchas sociales. En esta cadena la contradicción trabajo-capital aparece solo como una de las contradicciones del "bloque histórico", pero no como la más importante o la más central. Las contradicciones entre Estado-sociedad civil, grupos dominantes-grupos subalternos, naciones-etnias, patriarcados-feminismos, extractivismos-medio ambiente, etc., tienen también un carácter relativamente autónomo dentro de la "cadena de significación" (Laclau) que implican las luchas sociales. Desde la perspectiva mapuche, "la Coordinadora Arauco Malleco (CAM) expresó su rechazo a la participación indígena en la convención constituyente y afirmó que la única vía posible para la liberación mapuche es la lucha autónoma: el weychan." Esta corriente mapuche representa una posición abyayalista dogmática que rechaza incluso todo el proceso refundacional chileno. Así:
“Frente al proceso de la convención constituyente, y todas sus instancias de legitimación institucional, reivindicamos que los mapuche históricamente hemos cuestionado ser parte del Estado opresor y a rendirnos ante la sumisión colonial que esto conlleva”, afirmaron voceros de la organización indígena en un comunicado publicado el pasado 15 de julio.
Declararon “una falacia” la idea de que “el ‘pragmatismo político’ y la ‘oportunidad histórica’ de la constituyente permitirán crear una mejor correlación de fuerza para la causa mapuche”, dado que mediante esta vía, que “intenta someter a nuestro proyecto emancipatorio a la geopolítica de un estado criminal”, “jamás se han logrado avances sustantivos en materia territorial y política”.
Explicaron que, por el contrario, la vía institucional “pone en entredicho todo lo acumulado en materia territorial por el movimiento autonomista” y que la participación mapuche en la convención representa “un acto de sometimiento al pacto colonial que brinda una posibilidad de reacomodo a la gobernabilidad neoliberal que ha agudizado la devastación de Wallmapu en las últimas décadas”.
Reafirmaron que “la saluda plurinacional jamás representará un verdadero proceso de descolonización y liberación para nuestro pueblo” y que “la participación en la constituyente resulta funcional al sistema de propiedad mediante el cual se sostiene la usurpación de Wallmapu”, ante lo cual concluyeron que la única vía posible para la liberación nacional mapuche es el weychan y la confrontación directa contra las expresiones del capitalismo en el Wallmapu." (Fuente: https://is.gd/aN6yb0).
Para otra corriente mapuche, sin embargo, el proceso refundador chileno es un proceso amplio, democrático y, por su propio origen y dinámica, también plurinacional e incluyente. Por ejemplo, para Elisa Loncón, en ocasión del comienzo de la Convencion Constituyente como lo reportó El País, “este sueño es el sueño de nuestros antepasados. Es posible, hermanos y hermanas, compañeros y compañeras, refundar este Chile”.
La tesis de Federico Rivas Molina, Naiara Galarraga y Gortázar Santiago Torrado en El País también nos ofrece, como cuarto punto, elementos interesantes que apuntan hacia las dinámicas regionales detrás del Momento Boric. Se trata de una ola refuncional que no puede ser reducida a una repetición de la "Marea Rosada” o una “Marea Rosasa 2.0". En efecto, "el camino hacia La Moneda del nuevo presidente de Chile es la experiencia exitosa del surgimiento de nuevo líderes regionales, aunque de desarrollo dispar, en Bolivia, Chile, Argentina, Brasil o Colombia."
La candidatura de Boric, en lugar de la Jackson, tiene un carácter fundamentalmente aleatorio. El quinto punto es que "Jackson pudo, incluso, ser Boric, pero en el momento de inscribir la candidatura del Frente Amplio no alcanzaba por meses la edad mínima que exige la ley chilena." Un poquito de tiempo más en la edad de Jackson y Boric podría seguir siendo hoy miembro del Congreso chileno. Esencialmente producto de los movimientos rizomaticos en Chile a partir de 2011, Boric representa una ruptura con los partidos de izquierda tradicional, tanto el PC pero mucho más el PS de Lagos y Bachelet.
Marx, cuyo nombre sigue siendo invocado tan frecuentemente por tanto "doctor" en Ciencia Política o Sociología, se revolcaría en su tumba si supiera que tantos de sus supuestos/as discípulos/as realmente no han logrado avanzar, ya no digamos revolucionar, el concepto de la lucha de clases de lo que él escribió en el Manifiesto Comunista a sus 30 años. Ante esto, como un sexto punto, tenemos el llamado de Gramsci a una revolución contra El Capital debe ser extendido también a una ampliación y quizás incluso una ruptura con el concepto clásico de la lucha de clases. Solo de esto modo podemos entender la heterogeneidad de los movimientos rizomáticos, las transformaciones de la subalternidad, el empuje del plurinacionalismo en la nueva coyuntura latinoamericana de la que el Momento Boric es solo una chispa y un ejemplo.
En el análisis dogmático del Momento Boric en la coyuntura presente de Chile la contradicción "restauración/refundación" aparece, desde un punto de vista ortodoxo de la lucha de clases, solo como algo de trasfondo e incluso como algo secundario. Aunque haya cierta apreciación de la "insurrección" de Octubre de 2019, no toma en serio el discurso de los movimientos rizomáticos que la bautizaron como un "Estallido Social" precisamente para distinguirla de jornadas políticas y sociales tradicionales y para marcar una diferencia evental con lo que siempre han implicado las insurrecciones, es decir, como levantamientos, sublevaciones o rebeliones que dejan la puerta abierta a la posibilidad de una renormalización e incluso restauración. Estallido Social implica, realmente, un punto de no retorno, una ruptura, una crisis de hegemonía.
En cuanto al Estallido Social, comentaristas como Jeffery R. Webber ya suena como un izquierdista de cepa vieja cuando escribe (haciendo eco a otro analista ortodoxo, candidato doctoral en el LSE, que se encuentra analizando cuestiones de "clase" - en forma muy estrecha - en varios contextos): "Como señala Noam Titelman, pocos en las calles de octubre eran miembros de sindicatos, y mucho menos de partidos políticos, y muchos de los activistas eran muy jóvenes." Lo que Webber pierde de vista, por completo, es el espíritu rizomático de lo que ha venido ocurriendo en los movimientos sociales en Chile desde 2011 y su desafío, precisamente, a la vieja política de clase del PC y otros partidos chilenos tradicionales así como los marcos categoriales y analíticos que dejan la cuestión de clase como "la base" de todo análisis. De allí que Webber mismo siga reduciendo los términos del análisis del Estallido Social a lo siguiente: "la politización de la sociedad chilena iniciada por la explosión social de octubre no ha sido simplemente un giro absoluto hacia la izquierda. Miles de personas se han activado políticamente tanto de izquierda como de derecha sin identificarse necesariamente como tales."
El análisis dogmático de comentaristas como Webber revierte los términos del pinochetismo y lo conciben como una "refundación" y no como lo que fue: una restauración militarista. Con esa estrategia analítica pierde de vista, por completo, lo que es realmente nuevo en el Momento Boric del proceso refundacional chileno y, de hecho, lo que son los movimientos refundacionales en la región. Y ello porque está endeudado con sus mismos términos analíticos (semi trotskistas) que vieron en la marea rosada nada más y nada menos que puro capitalismo solamente que vestido de otro modo.
Creo que este análisis es pues muy simplista. Creo que este análisis lleva desde el principio a la inevitable conclusión de que Boric se ha movido al centro y de que, de hecho, era lo que iba a hacer desde el momento mismo en que Boric "derrotó inesperadamente al comunista Daniel Jadue en las primarias del recién formado Apruebo Dignidad" y a partir de lo cual Boric fue "visto con recelo por muchos movimientos sociales y activistas de izquierda", algo consolidado cuando Boric "firmó personalmente el Acuerdo del Congreso por la Paz Social y la Nueva Constitución en noviembre de 2019, sin el apoyo de su partido, el Frente Amplio, precipitando una escisión en este último". En otras palabras, Boric era una conclusión desde antes de ser afinar sus propuestas y el Momento Boric se explica por una cadena de necesidad ideológica aislada por completo de la dinámica refundadora más amplia que, en efecto, le dio nacimiento a su proyecto y de la cual depende su éxito o fracaso.
Comentaristas como Webber pierden de vista, no por primera vez en sus análisis de la política en Latinoamérica, la compleja dialéctica de lo que está ocurriendo en Chile y repite la misma crítica del MIR a la Unidad Popular y Allende mismo: que no eran realmente "revolucionarios". Cuando Webber dice que "es muy temprano, pero Boric parece comprometido con el camino de la menor resistencia, mucho más cerca del primer mandato de Lula que del de Allende", ya está dando por sentado que Boric es prácticamente un agente del capital chileno o que, casi de modo inevitable, va a parar cooptado por el sector empresarial de ese país. Ya sabemos en lo que terminó el rechazo que hizo el MIR de la UP y Allende y el hecho de no haberse comprometido de lleno con "el camino chileno" a lo que era, por lo menos, la socialdemocracia chilena de ese momento. Boric no es Concertación como tampoco es Unidad Popular ni un simple títere del capital.
Si es cierto, como escribe Webber, que "los medios han tendido a enfatizar la centralidad de la cooperación de centro-izquierda para mejorar la posición de Boric en la segunda ronda" y si es también cierto que "como era de esperar, esto pasa por alto el importante papel que desempeñaron los movimientos populares a la izquierda de Boric en las movilizaciones para obtener el voto entre la primera y la segunda vuelta de las elecciones presidenciales", también es cierto que, como un punto final, el Momento Boric va a depender no tanto de lo que él quiera hacer ni lo que el sector privado chileno le quiera imponer, sino de hasta y hacia dónde lo empujen esos movimientos rizomáticos que Webber solo analiza como factores de elección, pero no como factores del proceso refundador más amplio que ahora se está desarrollando desde las calles hasta la Convención Nacional chilena - convención que en la pieza de Webber aparece también como un proceso interesante, pero entre comillas, en donde la elección de 47 candidatos/as independientes es visto simplísticamente como "expresiones de izquierda de la coyuntura “antipolítica”.
El avance progresista del proceso refundacional chileno, incluyendo también el del Momento Boric, no es reductible a una "lucha de clases políticamente independiente en una variedad de frentes" que, en el transcurso del proceso "será necesaria en todo momento" como el elemento clave y más catalizador. La cosa es más compleja cuando tomamos en cuenta los movimientos indígenas, feministas, ambientalistas, de barrios, etc. Y los primeros 14 artículos aprobados para la nueva constitución chilena tienen al centro el concepto de plurinacionalidad como, en cierta medida, lo desarrollan teóricos como Boaventura de Sousa Santos y como lo propuso a la Convención Constitucional chilena. No es pues una simple y pura "lucha de clases" a la tradicional lo que va a determinar el curso del Momento Boric en el proceso refundacional chileno. Las dinámicas son más complejas y comentaristas dogmáticos de la "izquierda" transnacional simplemente no lo logran captar.
Imagen: AP Photo/Luis Hidalgo